A los adultos se nos olvida jugar. Y cuando queremos regresar al juguete, o están en la basura o están destrozados. Reparar el juguete perdido es algo más que eso. Es devolvernos la necesidad de jugar.
El aspecto autobiográfico está, en este trabajo, más presente que nunca. Norton Maza era aún un niño cuando su familia se trasladó a Cuba a vivir. Ante la ausencia de juguetes, se fabricó sus propios objetos con maderas encontradas, ensambladas de una manera torpe, pero suficiente. Décadas más tarde, y con la pericia de un carpintero profesional, Maza retomó ese manual de supervivencia para reconstruir juguetes dañados, sustituyendo rueditas perdidas, brazos de Transformer quebrados o alas de avión rotas.
Pero también habla de los sueños fragmentados de la infancia. Del pequeño que se recrea con la proyección de ser un piloto de carreras, un constructor de casas, o el acompañante de Barbie en su camión color rosa. Objetivos inalcanzables para muchos, que únicamente se pueden plantear en un mundo lúdico. A pesar de ello, permanece la necesidad de que el niño juegue, la urgencia de la reparación del juguete, de preservar ese espacio y ese tiempo en el que todo es posible. De su necesidad perpetua de jugar con los materiales,con los contenidos y con los trucos de taller del creador. Con la generación de ilusiones en base a piezas precarias.
Todo empieza con el juego, y con el juguete, y en este caso, todo acaba también aquí. El final vuelve al inicio a la espera de las nuevas aventuras de Norton Maza, un niño grande que necesita seguir jugando. ¿No necesitamos nosotros también, los espectadores, jugar y jugar?
Texto: Juan José Santos